miércoles, 28 de octubre de 2009

Vanidad

Realmente es genial que te vistan, te peinen como a una princesa y te cubran con capas y capas de maquillaje hasta desdibujar completamente tu rostro para darte otro nuevo, como una versión mejorada de ti misma en la que no te reconoces en el espejo. Es genial y te ríes, y disfrutas y tu vanidad crece hasta límites insospechados para una niña que era más bien escuálida y poquita cosa, feucha y tímida.
Es maravilloso estar fabulosa encima de un escenario y hablar, y que la gente te mire y aplauda. Ser tú, pero no ser tú, sino un personaje que no se mueve como tú ni actúa como tú, aunque en el fondo eres tú aferrada a unas tarjetas dónde lees lo que tienes que decir y vuelves a ser esa adolescente que leyó un discurso el día de la graduación (y no es que no estuvieras mona ese día, pero hubieras sido incapaz de reirte).
Es halagador que la gente te salude y te bese y te felicite y te diga lo bien que lo has hecho y que no, que no se ha notado nada que te has trabado un par de veces y que no pareces tú, aunque esa última frase tiene algo de cumplido tramposo, de reproche encubierto: si te arreglaras más... que guapa estarías siempre. Aunque en el fondo, que más da, lo dicen con buena intención y te sientes un poco más adulta, un poco más en el mundo.
Es muy guay, genial, halagador, buenísimo para la vanidad que todo el mundo te considere valiente por haber estado allí encima de ese escenario.
Y luego llegas a casa, después de dos o tres copas, con un terrible dolor de pies, las medias hechas jirones y el maquillaje que empieza a cuartearse (aunque el pelo sigue divino, con esos diez quilos de laca que llevas encima). Te miras al espejo y coges un algodón. Poco a poco, tu cara emerge tras el maquillaje, que se va transformando en una bolsa beige y negro tan... desagradable.
Y después de lavarte la cara mil veces con el desmaquillante, aparece tu rostro, con sus verdaderos rasgos y sus puntos negros y todas sus imperfecciones, pero más cansado, gris y triste. Sabes que tu otro rostro, el tú perfeccionado, no deja de estar ahí, la mitad en la papelera del baño y la otra mitad latente detrás de tus ojos. Pero no hay nada mejor que ponerse un pijama viejo, calentito y cómodo y meterse en la cama y pensar que al día siguiente sólo te hará falta una coleta (si consigues deshacerte los nudos del pelo del cardado).


3 comentarios:

  1. En mi opinión estabas monísima, al principio te note más nerviosa pero al ir pasando el tiempo me gusto como lo estabas haciendo, hasta improvisabas jeje Como te decía "la otra" Ana: "que bonito ser princesa por un día" ;-D
    Muchas Felicidades!!!

    ResponderEliminar
  2. Y descubres que detrás de ese maquillaje hay una mujer guapísima con la cabeza sobre los hombros, independientemente de los adornos que estos llevasen... Yo no te vi y no dudo que lo hiceras estupendamente, pero, en lo que a los ornamentos se refiere... seguro que el único que te hizo brillar ayer fue tu naturalidad. Y que nadie te diga lo contrario ;-)

    ResponderEliminar
  3. Y yo diciéndote de coña que si habías desfilado!! Y menos modestia, eh, que si no hay una buena base, aunque la mona se vista de seda... Si estabas guapa será por algo! Jo, yo quería verte, no hay ninguna grabación?

    Cris

    ResponderEliminar